¿Comemos lo que deseamos o lo que los demás desean?
Los humanos utilizamos la ingesta de otros como guía de conducta. Sí, muchas veces copiamos lo que los otros hacen sin tener siquiera conciencia de ello. Este “efecto camaleón” (similar al que muestra Woody Allen en su magnífico film Zelig) cumple una función fundamental en la interacción social.
Pero ¿qué o quién decide una norma? Por supuesto que son muchos los factores que la determinan, pero en el caso de la conducta de comer, los elementos que más influencia poseen son: el peso o el IMC (Índice de Masa Corporal) de una población o cultura o comunidad, el volumen de las porciones habitualmente servidas en ese entorno, el tamaño de los paquetes de comidas que ofrece la industria alimenticia, las imágenes de personas y comidas o los hábitos que los medios de comunicación proyectan cientos de veces cada día y, por último, los estándares oficiales de salud, ya sean nacionales o mundiales.
Invertir en hábitos saludables de alimentación y ejercicio implica compromiso, tiempo y recursos. Entonces, si los incentivos son claros y fuertes porque, por ejemplo, la delgadez es sinónimo de belleza o la discriminación hacia la obesidad es alta, seguramente seguiremos la norma.
También es importante conocer quién refuerza las normas. El principal reforzador de una norma es el incentivo. De alguna manera se establece si vale la pena invertir trabajo, energía, esfuerzo, tiempo o dinero en cumplir con una determinada norma. Pero es el premio que se obtiene al cumplir o adherir a ella lo que más la refuerza. Así es como, si se obtiene un beneficio considerable al cumplir con una norma, ésta quedará reforzada y, por lo tanto, la persona la acatará y la utilizará como guía conductual. ¡Casi como un onceavo mandamiento, aunque no figure en ningún libro religioso!
Invertir en hábitos saludables de alimentación y ejercicio implica compromiso, tiempo y recursos. Entonces, si los incentivos son claros y fuertes porque, por ejemplo, la delgadez es sinónimo de belleza o la discriminación hacia la obesidad es alta, seguramente seguiremos la norma.
Desde este punto de vista, hacer dieta está altamente recompensado en nuestra sociedad obeso-fóbica. Es por ello que, en nuestra sociedad, existe un enorme batallón de “dietantes” y es por esa misma razón que “dietar” se ha convertido en un comportamiento normal. Estar a dieta ya no está asociado a una acción terapéutica o curativa frente a una enfermedad: es el estado natural de poblaciones enteras, sobre todo si hablamos del género femenino.
De todas formas, aunque por suerte o desgracia, millones de personas en el mundo logran vivir a dieta, el inconveniente en términos de relación costo beneficio es la demora entre el cumplimiento de la norma “dietaria” y la obtención de la recompensa: el ansiado peso ideal. Existe una latencia importante entre la abstinencia de una determinada comida, la restricción calórica o el consumo de algo saludable y la obtención del correspondiente premio: perder peso o mejorar la salud. Es por eso que muchas personas buscan soluciones mágicas: la plantilla que adelgaza, la faja que “baja” la panza, los aritos reductores… Pero la magia, así como llega, se va. Y los que quedamos somos nosotros, con nuestro sobrepeso y nuestras frustraciones.
*Fragmento adaptado del libro Comer (editorial El Zorzal).